MADRID, COVID, ¡ID...!

Si Dios está conmigo ¿qué podrá hacerme el hombre? 

Terminada la guerra, mi abuela paterna pasó cinco años presa; mi padre no me habló nunca de eso, ni de su juventud truncada y amenazada por el odio fratricida; mantuvo sus heridas en silencio; sólo recuerdo verle cazar noticias de España en Radio París, por onda corta. Y cuando le tocó votar por primera vez, votó a UCD. No le resultaría fácil decidirse, pero como muchos españoles de entonces, sacrificó al bien común de la paz sus penas y fatigas pasadas. Esto para mí no es memoria sino vida. Y mi bienestar interior descansa en estos pilares que yo no planté.

Por eso me apena que políticos y prensa hablen con ligereza de un supuesto odio entre españoles, cuando más bien se percibe entre la gente una desafección por la política, y un gran deseo de vivir una vida tranquila de paz y trabajo. Si acaso, con la cautela que años de dictadura ideológica nos ha impuesto, hablamos de nuestras heridas, sus causas y remedios; y nos damos cuenta de que tienen más que ver con la bondad y la verdad que con políticas y economías. De nada sirve que unos y otros se sigan empeñando en hacernos creer que nuestro bienestar depende del signo político de quien gobierne.

Y por eso ofende al sentido común lo que ha hecho Díaz en Madrid y lo que a continuación han hecho todos los que pretenden que nos traguemos ese sapo. Yerran el tiro los que dudan de la madurez del pueblo español. Aún estamos vivos los hijos de los heridos en la contienda civil, y algo sabemos de ‘civismo’. Esa joven atrevida ¿dónde ha adquirido discernimiento para guiar a un pueblo cargado de historia? Estudió periodismo y se asomó a la política con Cristina Cifuentes, de triste memoria; y para este oficio usa más el móvil que el cerebro, como viene siendo norma, aunque no se diga; y al otro lado del hilo, de una forma o de otra, hay mercaderes; almas inquietas que por no conocer a Dios no saben lo que hacen y siembran desolación por todo el mundo.

España desea paz y seguridad. Pero no la encuentra en un Congreso que decreta sin dar explicaciones seis meses de gobierno arbitrario; y que, transcurriendo penosamente ese tiempo, en vez de recuperación lo que va viendo es cómo se desmorona, sin sentido, su hacienda y su vida. Y ante eso se le echa la culpa al malvado virus. ¿Saben Vds. cuánto dinero hemos gastado en los últimos decenios en conquistar la sociedad del conocimiento? Y todo para terminar en la superstición… “un virus que muta incansablemente, que sabemos que ‘ha venido en avión desde Milán’ pero que una vez aquí le perdimos la pista y hace lo que quiere…”

España es un país que ha demostrado que sabe sufrir y lo sigue demostrando; que sabe ser paciente sin ser pasivo; que sabe adónde va y cuál es el camino. Muchos quisieran que la verdad contradijese a la verdad, y no ahorran en medios para conseguirlo; pero es en vano. La verdad padece pero no perece; y ése es nuestro camino, el que nos ha de llevar a una vida de paz y de alegría; aunque haya que sufrir la violencia de la mentira.

Hoy la Iglesia celebra, en medio de la Cuaresma, el ‘domingo de laetare’, el domingo de la alegría, porque ya ve cerca el acontecimiento de la Pascua, que es la demostración palpable -el Resucitado se dejó palpar por Tomás- de que llevamos en nosotros la semilla de la vida verdadera, eternamente estable y feliz. Dicen que esa semilla la riega la sangre de los mártires -testigos- y que los mártires mueren felices. Así sea.


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