YO, PLURIEMPLEADO SIN MEDALLAS

Marta, Marta... andas inquieta y preocupada por muchas cosas

¿Estaré loco? Tengo 56 años; desde hace unos nueve, desde que me quitaron la medicación que me atontaba, vengo durmiendo unas 6 horas diarias; llevo el servicio de cattering y office con solvencia y dignidad para cada comida; asisto a las mejoras del hogar de mi mujer con dedicación heroica (por ejemplo: el primer semestre del año recién terminado adquirimos dos buenas mesas de escritorio y una silla giratoria, una estantería estupenda de 120 x 240 cm, un cabecero al que había que cortarle las patas, 4 sillas de cocina que daban relevo a las 4 que yo había tapizado no hacía mucho, una bicicleta estática y una cocina de madera preciosa en miniatura con 140 tornillos, todo ello con un precio asequible pero despiezado al máximo, y pensado para que yo me graduara con sobresaliente en bricolaje los fines de semana; también acuchillamos el parquet y, para ello, yo realicé el vaciado y posterior reubicación de todos los enseres y muebles de la casa); realizo continuamente el mantenimiento integral de los bienes inmuebles: en los meses citados suprimí el marco de lamas de dos grandes ventanales, arreglé el tendedero, cambié de posición tres persianas venecianas de 3 m. de largo para prolongar su vida útil, puse a punto varias veces el sufrido trasterillo de 3 ó 4 metros cuadrados -al que por cierto pienso citar en mi epitafio por su especial contribución a mi santidad- vacié varias veces la preñada y entrañable estantería del salón por obras en instalaciones, cambié por otros varios grifos, desatasqué varias veces, cambié alfombras, busqué el cristal óptimo para reponer el de la mesita del salón, arreglé varias persianas rotas, rehabilité PC y tableta desahuciados por expertos, acoplé la nueva televisión al dispositivo móvil que la sustenta, y, en fin, me agaché, me retorcí, me encogí y me estiré, con dolor, más de cinco mil veces, me machaqué los dedos un ciento, también sangré unas cuantas veces, me pegó la corriente más de un susto, me golpee en la cabeza en varias ocasiones y en otras tantas saltaron de su sitio mis gafas para quebranto de mi nariz, y no hubo día de esos largos meses en que no sudara la camiseta desde bien temprano; en cuanto al resto del hardwork, también me he puesto negras las manos en operaciones o problemas con neumáticos, baterías, aceite, piezas de motor, reposición de cadena o averías de la bici, o simplemente en limpieza de esos vehículos; en otro orden de cosas, llevo la contabilidad y la gestión de mi casa, la relación con las haciendas públicas y los bancos, los recursos y las reclamaciones, la pelea con los seguros y las negociaciones con los vecinos; en cuanto a mi trabajo, me entrego por encima de lo que la ley me exige, y de mis 33 años de docencia voy lleno de condecoraciones de las que "se cuelgan por dentro del pecho", que por fuera recibo flechas... Ahora bien, por encima de todo eso, tengo por mayor empresa procurar que mi mujer y mi hija me encuentren disponible para el afecto y para todas aquellas cosas constructivas que deseen, y si no puedo atender sus peticiones, soy celoso de que entiendan las buenas razones que me lo impiden. Por lo que se refiere a mis restantes obligaciones y/o devociones -todas ellas públicas y de sobra conocidas- ocupan, como mucho, el lugar que otros puedan dedicar a la televisión, al mimo de su cuerpo o a la melancolía.
Pero, volviendo al principio, ¿estaré loco? Porque, si bien mi conciencia no me culpa, a menudo me percibo como una persona de poca valía, huraño, raro, solitario, vago, liante, quisquilloso, chapado a la antigua, enemigo del progreso, maltratador, violento, amigo de rencillas, pendenciero, egoísta, machista, pésimo amante, frustrador de talentos, autor de fraudes, persona insensible, juez inclemente para los demás y muy indulgente para mí mismo, enfermo, paranoico...y loco sin remedio. Entonces yo, privado de todo consuelo humano y agitado por esas ondas, me refugio un día sí y otro también en los brazos de María y en el Sagrado Corazón de Jesús. Estando así (y llorando no pocas veces) se va aplacando esa turbación mía y recupero las fuerzas para seguir 'haciendo', y a menudo recibo una sugerencia para alguna tarea que finalmente se demuestra la más fecunda del kairos (el tiempo real, el que vives acompasado a la voluntad del Padre, que es distinto al cronos del reloj).
Por eso voy, entre la cruz y la luz, diciéndole a todo el mundo que Jesucristo es lo máximo, porque, además de no permitirte caer en el vacío de tu propio egoísmo, te da palmadas en la espalda cuando te sientes abatido... y no precisamente de las que se le dan al loco, porque no queda otra que darle la razón...





















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