¡NO TENGÁIS MIEDO!

¡Quédate con nosotros, que la tarde está cayendo!
No por bien sabido conviene dejar de recordarlo: mirando al futuro no basta el conocimiento, hay que educar en valores. La excelencia de hoy en día no se puede entender desde los estándares con que se suele medir (informes tipo PISA) sino que correlaciona en mucho mayor grado con una vida virtuosa. Arraigarse en el sustrato social propio mediante el respeto y la obediencia, e ir creciendo así en conocimiento de uno mismo y del entorno, y apreciándolo, da como resultado al cabo de los años una vida talentosa, creativa y valiente. Lo otro, la imitación de modelos que vienen de afuera invadiendo sin decoro nuestro patrimonio cultural, con arrogancia de medios y desprecio a la tradición, sólo trae a la larga división y muerte.
En los últimos años, los adultos venimos observando con preocupación la rápida transformación de los usos sociales pero, por no tener certeza sobre la naturaleza de ese cambio, experimentamos una especie de parálisis que, a pesar nuestro, deja el paso libre a esos modos de vida nada buenos, abundantes en desórdenes y desequilibrios.
El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, de F. Engels, fue una de las lecturas obligatorias que nos puso D. Gustavo Bueno (q.e.p.d.) en primero de carrera, en Antropología. Era una hipótesis, bastante interesante, sobre la aparición de esos tres ejes de nuestra cultura occidental. En aquella época era incuestionable el carácter central de esas instituciones y sin embargo hoy, apenas tres décadas más tarde, son estructuras que amenazan ruina.
Las familias, todas, están siendo brutalmente atacadas, desmoronándose una tras otra. Las que resisten lo hacen en medio de enconadísimos combates; en una familia de cinco, 'tres contra dos y dos contra tres' (Lc 12, 52), o sea, en reñida disputa y con un incierto desenlace.
La propiedad privada ya no existe de hecho o se está defendiendo a precio de sangre. El disidente no es enviado a ningún gulag, sino que es allanado de mil formas en su propia casa, sin que pueda defenderse. Y con el dinero pasa otro tanto. Yo mismo, sin ir más lejos, pedí un préstamo de 2.200 euros para poner en marcha Fíate y a día de hoy, cuatro años y medio más tarde, llevo pagados más de ocho mil y aún me quedan 1.500 por pagar. Ya sé que cuesta creerlo y que muchos pensaréis que estoy pagando lo que firmé; pero no (ni yo soy tan tonto ni los que piensan así tan listos); no, lo cierto es que cuando uno se toma su vida en serio, enseguida entiende lo que quiso decir Kafka, y el abismo que separa el bien del mal; y os aseguro que cosas mucho más increíbles están pasando, Internet de por medio. También sé que todo esto es inquietante y podéis estar seguros de que no lo escribo por gusto. Sí, por supuesto que he ido a la policía, al notario y al juez, aunque, entiéndaseme bien... yo soy un sencillo padre de familia y me debo a ella.
Y en cuanto al Estado, el que tenemos hoy es una pura caricatura, basta con observar lo que hacen sus representantes. No obstante, en España, por ser quijotes, está resistiendo algo más que en otras partes, donde se ponen y quitan jefes con gran facilidad; aquí, aunque sean rara avis, tenemos todavía algún político con nobles intenciones. Lo malo es que, tal vez por esa peculiaridad de España, nuestro gobierno está ya plagado de masones y sólo Dios podrá revertir el camino hacia la muerte por el que nos conducen. Frutos del engendro pactógeno C's, ellos y el poderoso caballero que les manda, hacen y deshacen a su antojo, o casi.
En este magma de confusión, incluso la gente formada se siente desorientada y por tanto temerosa; y acosada por los fantasmas del miedo fácilmente se dejan convencer por los embustes de personajes que, sintiéndose protegidos por sus círculos, crean en torno a sí la ilusión de una seguridad que en modo alguno tienen. 
Se puede negar a Dios en una búsqueda de la verdad y no condenarse, pues 'la paciencia de Dios es nuestra salvación' (2P 3), pero negar al Espíritu Santo es un pecado que Dios no perdona. Porque el Espíritu Santo es el encargado de demostrar al mundo la existencia del Dios-Amor, y cuando actúa ante un alma iluminándolo, es blasfemia imperdonable volverse hacia la oscuridad. Resistirse al Espíritu Santo es en extremo peligroso y muchas almas están tentadas de hacerlo. Ante la falta de orientación, toda luz por pequeña que sea es estimable, y nos puede ir guiando hasta sacarnos por completo de la oscuridad. Esa luz, que es la del Espíritu Santo, nos atrae con lazos de amor y libertad y, sin embargo, hay muchas personas con formación que la rechazan y que prefieren encadenarse a vanos personajes que les proporcionan la falsa seguridad que da el saber muchas cosas, y, en última instancia, el dinero.
Inquieto andaba yo en cierta ocasión y necesitado de platicar con Dios, cuando me enteré de cierto monasterio en Toledo que recibía huéspedes en retiro de oración. Al acercarme al recinto, grande, llamé a un timbre en una verja y tras un tiempo divisé a un monje que salía acompañado de una mujer en dirección hacia mí. Ella tomó otro camino y yo expliqué el motivo de mi visita. Me llevó entonces a una casona antigua, anexa a otros edificios, y me enseñó una sala grande donde me dijo que podía quedarme. También me mostró la cocina lindante para que dispusiera de ella, aunque mencionó como de pasada algo de una avería. Yo esperaba poder alojarme en una celda pero me dijo que estaban todas ocupadas, y dándome algunas indicaciones más, entre las que me llamó la atención una leve insinuación sobre el poder del abad, salimos hacia la Iglesia, que estaba al lado. Ésta era monumental, aunque falta de ornamento y, como el resto de las dependencias que me había mostrado, fría y poco acogedora. Me dejó solo allí y me senté para rezar y serenarme un poco.
Al rato llegó un monje mayor, con barba blanca y más bien bajo de estatura. Surgió desde atrás avanzando por un lateral de la nave, y llevando una bolsa de plástico en la mano. Allegóse al altar, elevado en el centro, y dispuso sobre él manteles y algo más que sacó de la bolsa; luego lo rodeó mirándolo, como si pensara en el modo de resolver algún problema, y se paró de pronto en una esquina, sujetando con un brazo el codo del otro, que a su vez estaba sujetando su pensativa cabeza. Escena y personaje eran como para contemplar, pero mi olfato espiritual me dijo que aquello no era muy católico y decidí no mostrar interés. Por lo que vi después, sospecho que el 'actor' recibió de mí el feed-back correcto. 
Cuando ya me iba apareció un hombre de avanzada edad que parecía el encargado del huerto y de las labores de mantenimiento. Hablaba con acento francés y la expresión de su rostro me hizo pensar en una vida de aberrantes costumbres. Tras cruzar unas palabras con él, y afianzar éstas mi impresión primera, me marché a mi estancia, pensativo e incómodo tras el primer contacto con aquella comunidad. 
Me costó acomodarme en aquellos muebles antiguos y en aquel ambiente frío y desangelado. Después de un rato poco provechoso pensé que una taza de té me ayudaría a aclimatarme más rápidamente y yendo a la cocina me encontré con la increíble sorpresa de que al abrir un cajón resultó que estaba lleno de agua. Entonces miré el de al lado, y también: ¡todos los cajones estaban llenos hasta arriba de agua!; y entonces ya sí que me empezó a entrar canguis. El hospedero había dicho algo de un problema con la calefacción, pero de ahí a lo que estaban viendo mis ojos había mucha diferencia; porque los cajones estaban distantes unos de otros y todos tenían agua y yo, que ya entiendo un poco de instalaciones domésticas, por más que le daba vueltas técnicas al asunto, no veía por dónde podía llegarles...y en el suelo no había ni una gota. Me retiré sin poder confortarme con el té y continué escribiendo. Al cabo de un rato caí en la cuenta de que estaba encogido e incómodo, como atrapado por una especie de hechizo, y decidí romperlo. Entré en la cocina y comencé a vaciar los cajones, vertiendo el agua por el sumidero, o directamente al patio trasero, que no me acuerdo bien. Después los sequé uno por uno con los paños que encontré y éstos los colgué luego de los salientes que pude. Al final, dejé la cocina saneada y con una curiosa exposición de trapos. 
Acababa yo la faena cuando aparecieron no sé por dónde dos señores que no se veían desde hacía tiempo y que no iban de paso como yo, sino que estaban vinculados con aquella casa por otro tipo de relación, diríase que más estrecha y funcional. Comentaron jocosamente al ver el espectáculo de la cocina que parecía una decoración halloween, que por cierto se celebraba precisamente aquella noche. Y el comentario casual de aquellos dos extraños resonó un poco en mi interior como la típica ironía del comienzo de una película de miedo.
Durante unos instantes los oí conversar entre ellos mientras intentaba leer pero ni el contenido ni la forma de su conversación lograron hacerme sentir mejor. Me venía a la mente una impresión difusa acerca de sus rostros, como si sus facciones adolecieran de falta de armonía, como si por algún extraño desvarío en sus vidas se les hubieran ido desencajando poco a poco. Luego, durante la cena, compartiría mesa con uno, aunque no menú, pues el hospedero hizo sin disimulo distinción de clases entre ambos. Ya me había hecho sentir mal antes, al tener que ir a preguntarle al abad -el monje de la bolsa- si me podían dar de cenar.
Entrada la tarde le había rogado yo al hospedero que me dejara quedarme allí durante la noche, que la pasaría rezando y no necesitaría acostarme, pero no le gustó nada de nada la idea y trató de disuadirme del todo aconsejándome que me fuera a casa y viniera al día siguiente si quería. Aproximándose la hora de la cena llegó el que iba a compartir mesa conmigo. Se trataba de un madrileño, casado y  padre de familia y sin embargo habitual de la casa, que se extrañó de que me permitieran cenar allí. 
Al conversar con él volví a notar aquella misma sensación incómoda de falta de pureza, de falta de naturalidad... Terminó él antes que yo y se fue, pero volvió enseguida a avisarme de que me estaban esperando para rezar Vísperas, lo cual iba a ser el final de mi visita.
En una capilla de la iglesia se habían congregado cuatro monjes, y les acompañábamos los tres de afuera que ya he mencionado; pero unavez sentado, y fijando mi mirada en los congregados ¡cuál no sería mi sorpresa al reconocer envuelto en inmaculados hábitos al que a la hora de nona me había parecido un envilecido sirviente!
El supuesto abad estaba ante un teclado y cuando los monjes entonaron las primeras notas de un salmo, diríase que más que cantos al Señor, lo que salió de sus gargantas fueron graznidos de cuervos que esperaran su comida.
Ni qué decir tiene que mi espanto no dejaba de aumentar, pero llegaría pronto al culmen cuando, al rezar el Ángelus, le arrebataron toda su Gracia al Espíritu Santo. En efecto, proclamó el ministro: "El Ángel del Señor anunció a María"; y el coro respondió: "Y concibió por obra del Espíritu Santo". De impíos era su-versión, sin duda. 
Y como los espíritus se conocen, en cuanto terminó la oración, se levantó el supuesto abad y dirigiéndose directamente a la puerta, la abrió de par en par para mí apartando la vista -como quien tiende un puente de plata al enemigo que huye- e invitándome a salir... y no volver. 
Pero yo no me fui huyendo, y de hecho volví. Volví aquella misma noche. Como estaba clara y templada, y por circunstancias yo no tenía ni sueño ni obligaciones, decidí darme un paseo en la noche sabatina antes de retirarme. Y con la impresión aún fresca de lo que había vivido hacía unas horas, me acerqué de nuevo por curiosidad a aquel lugar. Dejé a cierta distancia mi bicicleta y me senté bajo un árbol a observar la entrada. Se movían rápido las nubes tapando y destapando la luna y sobre mi cabeza ululaba una lechuza. De vez en cuando pasaba un coche y yo me escondía, que no eran horas para estar allí. Pero a pesar de mi precaución, algo debieron de ver los de aquel coche grande porque a los dos o tres minutos volvieron a pasar... y más despacio. Y, por supuesto, ya no esperé a la tercera, encogido por la impresión, y me retiré de la escena del...
No me cabe duda; Toledo es la capital Primada de la Iglesia española, la que fue evangelizada por Santiago Apóstol con tanta eficacia que en los siglos venideros alumbraría a medio mundo; y la pobreza pastoral que yo observo hoy aquí y allí, se corresponde perfectamente con la dispersión y la matanza de las ovejas que estamos padeciendo en nuestro país. El lobo no para de engordar y sólo las ovejas que se dejen encontrar por el Buen Pastor podrán salvarse de la gran cacería.
Atando cabos voy comprendiendo el gran peligro que corremos: "Dos estarán en la misma cama, a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán (...) -¿Dónde será eso, Señor? -Donde se reúnen los buitres, allí está el cuerpo." (Lc 17)
El lobo anda suelto haciendo estragos. La policía que Zoido mandó a Cataluña no iba toda con su uniforme reglamentario. Unos sí, otros no... Y en la causa de la unidad de España tampoco están todos los que son ni son todos los que están. 
Había dejado por concluir la entrada penúltima de este blog. Pues bien, en cierta ocasión abrí por curiosidad el libro del quijote falso y me bastaron unos párrafos para comprender la infamia que supuso su publicación, aunque por el modo en que Cervantes lo trató en la segunda parte de su libro, ya me lo había podido imaginar. La pureza del héroe cervantino, la nobleza que encarna, es mancillada hasta convertirla en heces. Lo más bajo de la condición humana ocupa para el impostor el lugar elevado que Cervantes dio al espíritu. Y en la Comisaría de Toledo, un quijote espatarrado y bebiendo vino a placer, no puede ser reflejo de un noble espíritu de servicio. Y entonces, una de dos, o no tienen ética o no tienen estética. 
Ciertamente, nada hay puro entre nosotros, pero puestos a elegir, prefiero la policía de "cualquier lugar de la Mancha" que la de la Comisaría de Avellaneda. ¿Será que Toledo tiene algo?

Comentarios

Entradas populares de este blog

¡LUZ Y TAQUÍGRAFOS!

ALUMNOS

PROVOCACIÓN (publicado en agosto del 22, y revisado después)